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Los primeros años en la vida de un niño son de gran importancia, los cimientos que se crean en ese momento van a influir con gran fuerza en los siguientes años de vida. Cuanto antes empiecen, les va a ayuda a desarrollar la disposición a buscar oportunidades de aprendizaje y sobre todo le ayudará a desarrollar una confianza en su facultad de aprender.
La diferencia entre niños de la misma edad es muy grande. Ante la posibilidad de resolver diferentes puzzles con grados de dificultades muy variadas, hay niños que eligen los más sencillos, y otros muchos prefieren optar por los de mayor dificultad, aun cuando no son capaces de resolverlos. Entre éstos últimos encontramos a muchos que disfrutan con el reto, y de los que optaron por los puzzles sencillos, no quisieron aumentar la dificultad, sino asegurarse el éxito y siguieron eligiendo puzzles sencillos de ejecutar.
Con este tipo de ejercicios lo que tenemos que aprender es que lo que está en juego no es su capacidad de logro, sino su facultad y disposición para aprender.
De todo esto lo que deducimos es que en estos primeros años de vida, es crucial tener una actitud muy positiva hacia el aprendizaje, ya que será lo que transmitimos a nuestros hijos. Tienen que saber que los fallos, no son signo ni de estupidez ni de ignorancia.
Lo más adecuado es que nuestro hijo esté siempre listo, es decir, que muestre una actitud positiva y preparada ante los retos, sin ser temerario, pero sin acomodarse en esa situación ya conocida que no le supone ningún reto ni esfuerzo.
Los niños más miedosos dejan pasar oportunidades de aprendizaje y pierden facultades para aprender. Sin embargo los más inquietos tienden a buscar novedades y disfrutan con ello.
Después de todo lo dicho, ¿Cómo logramos que nuestro hijo pertenezca al grupo que tiene inquietud por aprender cosas nuevas? ¿Por enfrentarse a nuevos retos, con cierta incertidumbre, pero sin miedo?
Para conseguir eso hay que crear en casa un clima adecuado. Para eso hay que valorar la educación y el aprendizaje como algo muy positivo. Por supuesto debemos estimularlo desde una edad muy temprana, adecuándonos a la propia edad del niño. Algo que quizá no resulte tan evidente, es que en casa de estos niños había reglas muy bien marcadas y mantenidas en el tiempo, pero siempre con libertad para tomar decisiones y perseguir sus propias metas y deseos. Con el apoyo de los padres pero sin una supervisión continua de los mismos.
Ya desde pequeños tienen que ver que pueden intervenir en el curso de las cosas, que mediante la prueba van a descubrir cosas fascinantes. De todo esto deducimos la importancia de la estimulación. Siempre hay nuevos objetos para aprender.
Los valores y actitudes de los padres se transmiten a través de los objetos que hay a su alrededor, los que consideran apropiados para que los niños jueguen con ellos, y los métodos de compromiso y explotación que permiten o estimulan.
Sin embargo más fundamental que el mundo material que les rodea es la naturaleza de sus interacciones con quienes los rodean, ya sean padres, hermanos mayores, etc.
Como bien se comenta habitualmente los niños son cómo esponjas y si ante un bicho la madre reacciona con repugnancia, está demostrando a su hijo que las arañas son asquerosas. O ante la caída su juguete la madre reacciona con excesiva preocupación eso será lo que el niño aprenda. Y si por el contrario lo que transmitimos es tranquilidad y quitar hierro al asunto eso será lo que él perciba.
Si queremos que el aprendizaje de nuestro hijo en cualquier actividad sea mayor, debemos procurar que sea por iniciativa suya y tomar parte con ellos. Con esto lo que conseguimos es que aprenda cosas que quizá a él solo no se le hubieran ocurrido. La constante estimulación es imprescindible.
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